Si
se quiere hacer una evaluación del actual Gobierno acerca de su apoyo al
emprendimiento, hay dos vertientes que son claras de destacar: La primera es
que han continuado con el programa de Start-Up, uno de los más destacados de su
tipo a nivel latinoamericano, el que afortunadamente se escapó de las garras de
la retroexcavadora y del ideologismo refundacional que han definido a la actual
Administración. Por lo tanto, ya el hecho de mantenerlo es por sí misma una
buena noticia, pese a que su estabilidad sin cambios ni adaptaciones, puede ser
su causal de pérdida de competitividad.
En
cuanto al aspecto negativo, es claro que el nivel de incertidumbre que han
generado las reformas indudablemente ha impactado al emprendimiento, por la
baja del dinamismo que esto ha producido.
Así
mismo llama la atención que en esta corriente de reformas en las que se
enarbola la igualdad y la inclusividad, no se ven avances en dicho aspecto en
lo que dice relación con el emprendimiento, en especial con el financiamiento
de éste. De hecho, si uno quiere ser más crítico, el programa antes descrito financia
a los pocos privilegiados que pueden
darse el lujo de emprender, pues acá no estamos hablando de emprendedores de
los programas de FOSIS, sino de personas que cuentan con un nivel económico
acomodado. Con esto no se quiere negar
las consecuencias positivas que tienen los proyectos exitosos, pero sí cabe
preguntarse si no hay una alternativa privada para apoyarlos sin tener que
recurrir a los escasos fondos estatales que claramente tienen destinos más
urgentes, como por ejemplo, la educación preescolar y escolar.
Considerando
el punto anterior, es aquí donde se genera una oportunidad en la que es posible
juntar a dos mundos que hoy existen, pero que no conversan. Si se considera como indica la corriente de Lean Start-up, en cuanto a fallar rápido y
barato, se podría generar un espacio para que personas – y no el Estado - que
hoy están excluidas de los sistemas tradicionales de inversión lo puedan hacer.
Ya
en ese sentido hay un gran avance con los sistemas de crowdfunding, en donde
destacan empresas como Broota, pero que pese a todo no abarcan a un segmento
más amplio de personas que podrían apostar a emprendimientos en estados más
incipientes.
Lo
que se propone es desarrollar sistemas basados en organizaciones, tales como
cooperativas financieras, sindicatos u organizaciones similares, un sistema que
permita a los emprendedores postular con sus ideas de negocios a fondos básicos
que les permita realizar la prueba mínima viable de mercado de su respectivo
emprendimiento. Una estructura como esta requiere a los emprendedores que
proponen sus ideas de negocios, a los inversionistas que apuestan e invierten
cantidades similares a por ejemplo 10 kinos cada uno y a las organizaciones
tales como incubadoras, empresas u otras organizaciones en las que el
emprendimiento se pueda incubar y que sea quien garantice el buen uso de los fondos.
En
caso de ser exitosa esta primera etapa, se realiza un nuevo proceso de
levantamiento de capital, pero con un estado de desarrollo mayor y por ende, de
riesgo menor. En este caso, los fondos
obtenidos se destinan a financiar la segunda etapa del emprendimiento y a pagar
una rentabilidad definida a los primeros inversionistas, los que así en un
mediano plazo, reciben dicha retribución y se quedan con un porcentaje de
propiedad de la empresa.
Lo
que busca un sistema de esta naturaleza, es democratizar el acceso a la
propiedad de los nuevos start-up a muchas personas, lo que permite profundizar el
mercado, generar un mayor competencia y apuntar a la consolidación de un modelo
basado en la capacidad personal de las personas de valerse por sí mismas, que
permee al mayor número de ellas y que no quede solo en una fracción menor de la
población.
En
resumen, si no participo de los beneficios de un sistema, difícil es que lo que
valide y defienda.